A Pablo, después de la muerte de Nela, le seguía en su cabeza vivamente el recuerdo de la niña. Ya le contaron la verdad sobre por qué murió realmente Marianela. Él se sintió verdaderamente repugnante al no saber apreciar a aquella chiquilla que había perdido la vida por tanto sufrimiento, ya que después de que ella hubiese dado todo por él, se hubiese encargado de explicarle como eran aquellas cosas que les rodeaban y que él no podía ver; tras haberle declarado el amor que sentía hacia la Nela, cuando recuperó la vista no hizo sino más que fijarse en la belleza exterior, cosa que él siempre había criticado, lo cual hizo que Marianela muriera.
Pablo no salía de casa para nada, e incluso ni siquiera se había atrevido a ir al sepulcro de la pobre Nelilla. Solo salía de casa para recrear los paseos que daba con Nela por los bosques y caminos de alrededor de las minas de Socartes.
Una mañana, ya decidido a ir a ver el sepulcro de Nela, se encaminó hacia allá.Cuando llegó, allí estaba, la tumba de su querida Nelita, aquella que le dio alegría a sus tristes días. Tal sensación de tristeza fue la que él obtuvo al ver esa imagen que echó a llorar encima del sepulcro de la hija de la Canela. Tirado sobre la lápida gritó:
- ¿Por qué? ¿Por qué te tuviste que ir? Me has hecho comprender que la belleza de verdad no está solo en el exterior, sino que, como yo creía antes de poder ver y equivocarme juzgando solo por el aspecto exterior, eres bien hermosa Nelilla... Y ahora... Ahora me siento miserable por no haberte valorado como hubiese debido.
Sacando un puñal de su chaqueta, balbuceó entre lágrimas:
- Lo siento, ahora sé que he de reunirme contigo allá donde estés...
Y así pues, después de pronunciar estas palabras, clavó el puñal en su pecho y se retiró de este mundo para ir al de allá arriba a ver a su querida Nela.
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