Aquella noche fue extraña. Después de tanto tiempo, por fin todos estaban en casa. Irina estaba bastante mejor, sus padres tranquilos, el inquietante gato no volvió a aparecer por allí... La que peor estaba era Alicia. La tristeza y el miedo se notaba en su habla, en su mirada, en sus gestos; incluso le pidió a
su hermano que si podía dormir con el, pues la idea de dormir sola en aquella casa, le ponía los pelos de punta. A Max le pareció buena idea, así que terminaron mudando la cama de la chica a su habitación. Antes de acostarse, cogieron las bicicletas, y tomaron rumbo al faro, tenían que cumplir con la promesa que le hicieron al anciano.
Durmieron mejor de lo que esperaban. A pesar de que la idea de haber perdido a aquel gran amigo resultaba inimaginable para los dos, la tranquilidad de que el Dr. Caín se salió con la suya sin necesidad de tener que volver, les quitó un enorme peso de encima.
A la mañana siguiente, Max decidió dar un paseo a los alrededores de la casa, incluyendo el jardín de estatuas. Se levantó temprano, se vistió, comió algo, y salió de casa. El jardín no estaba. Las estatuas desaparecieron sin dejar rastro alguno, hasta los hierbajos que las rodeaban permanecieron intactos. Fue como si allí no hubiese habido nada nunca, como si no hubiese pasado nada.
Tras llevarse esa sorpresa, se dirigió al mar. Metió su cuerpo poco a poco en el agua, con intención de visitar por última vez el Orpheus, pero tampoco estaba. Todo lo relacionado con el Dr. Caín desapareció, incluso la tumba de Jacob. Lo único que quedó de él fue el recuerdo de aquel verano.
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