De camino a un lugar lejano, lo más apartado posible de Pompeya, el Vesubio, la Señora Margarita y todo lo que tuviera que ver con mi pasado y con el de mi amada Popea, una enorme montaña se vino abajo sobre nuestras cabezas dejándonos muy cercanos a la muerte.
-¿Te encuentras bien, Popea? -le dije muy preocupado.
-No mucho, la verdad. -me respondió con una ligera sonrisa.
No llegué a entender el porqué de aquella mueca en su gesto, aunque tampoco se lo quise preguntar puesto que no era lo más importante. La subí a mis espaldas y pusimos rumbo a Pompeya.
-Resulta irónico, ¿verdad?.
-¿El qué? -dije un poco desconcertado.
-Que volvamos a Pompeya. Tan decididos como íbamos para olvidar ese lugar y míranos ahora.
No contesté, me quedé pensativo. ¿Sería esta la verdadera venganza de Jehová?
No contesté, me quedé pensativo. ¿Sería esta la verdadera venganza de Jehová?
Pasaron 21 días hasta que Popea volvió a la vida.
-¿Dónde estoy? -preguntó aún sin estar completamente en sí.
-En casa, cariño. Los médicos necesitaban plazas libres y no estaba seguro si sobrevivirías, así que te traje a casa (en realidad era la pensión de la Señora Margarita).
Popea se quedó callada mirando mi rostro fríamente. Al ver que no respondía le silbé. Popea estaba muerta y a la vez viva en mi interior.
No quise seguir mi carrera como arqueólogo. Estaba seguro de que fisgonear en el pasado de la historia me haría recordar mi propio pasado. Y ahí me quedé, en el Albergo Margarita, esperando la llamada del Vesubio o la de Jehová. ¿Quién acabaría conmigo antes?
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